lunes, abril 2
Sesgo Cognitivo
Nubeantes espacios acosan los relatos salidos de la intempestiva huída, propuesta antes del amanecer.
Corrompe el sendero la espina y la flor, ínfimo artilugio de una peste melancólica, adquirida junto al ayuno, en el fragor de la guerra cotidiana. La estulticia crema toda posibilidad de salvación.
Galas de siervo, nombre de esclavo, obran como las manos de un abandonado, sustraen de cada párpado las imágenes que describen caídas y cumbres, promesas de una eternidad pasajera.
Tenues elementos colapsan la espera, se acumula el recurrente memorial del repatriado.
Nada dijimos de seguir o cesar, nada escribimos en el papel vació. Estábamos presupuestos en los infinitos días del regreso.
A la quietud de la llovizna, agranda el deshojar del reino. Plumas de aves traslúcidas se mueven a la velocidad absurda de los astros.
Quizá en el desove del rio, la frecuencia invernal tome de cada piedra: alacranes y centauros. Huella segura, esa visión atormentada, hecha delta en la confrontación de sueños y delirios.
Tal vez el llanto sea el gesto contentivo del doblegado Dios de las estaciones.
Tú, entre tanto, sostienes la mirada amarga del miedo.
Extranjeros corrompen el latido lejano, de ese estar mío, acostumbrado en tu vientre.
El camino llama feroz. Impenitente el labio escucha en su peso, recuerdos sobre la lejanía.
Alguna vez el día fue nuestro vasto dominio.
El Caracol absorbe los últimos hilos de luz derramados de la copa. La madrugada injuria alientos y bendiciones.
Golpes al aire confrontan un enemigo íntimo. Haciendo fondo en el espejo, la demencia. Imagen orbitante, seguro vértigo atado al diadema, como una sentencia enunciada por los quiromantes del circo.
Golpes de certeros heraldos preludian la continuidad de un frío porvenir. La batalla culmina el largo recorrido de un Eros desastroso y vengativo.
De calladas voces y umbrales quebrados en la sempiterna inquietud de la carne, están colmadas las noticias.
Señales vertiginosas retumban en los símbolos viriles de un altar ido.
Cuerpos inermes completan con absoluto destino, la menuda historia de todos los días.
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